Pocos días atrás leía palabras del Cardenal Bergoglio quien sostenía, entre otras cosas, “la falta de debate es uno de los defectos de los argentinos”.
Sentí que la aseveración del cardenal ratificaba la sensación personal de que en nuestra sociedad, en nuestras instituciones, se le tiene mucho miedo a la controversia, a las diferencias, se le teme a perder, a que exista una posición a la que se la tenga que aceptar como valedera.
Según una de las acepciones del diccionario de la Real Academia Española se define a debate como; contienda, lucha, combate; agregaría, con atrevimiento, que cualquiera de las acciones descriptas se deberían llevar adelante desde las convicciones de las partes para lograr, desde la porfía, prosperar, progresar, construir.
Estoy convencido que la capacidad de refutar, rebatir; más allá de entorpecer o “molestar”; enriquece a los circunstanciales contendientes. Pensemos por un momento que si se evade el debate se está cultivando el autoritarismo, el absolutismo, regimenes cuyas nefastas consecuencias ya comprobamos.
Hay una tendencia a construir estructuras dirigenciales con mayorías absolutas evitando de esta forma cualquier tipo de debate. Empecemos en forma descendente; en el Congreso Nacional y Provincial es imposible presenciar, salvo honrosas excepciones, un debate serio y constructivo; los Concejos Deliberantes de todas las Municipalidades se integran, fundados en la doctrina de la ¿gobernabilidad?, por mayorías dominantes que difícilmente admitan posiciones adversas.
En otros estamentos sociales; club, escuela, etc.; difícilmente se encuentre un estatuto que prevea la participación de las minorías que contribuyan por medio de la discusión a mejorar cualquier proyecto. Ya me imagino a varios saltándome diciendo que en la mayoría de las instituciones es imposible constituir los órganos directivos por la falta de interesados, es cierto, pero eso no impugna la posibilidad de prever minorías, hubo casos de instituciones con luchas electorales donde las minorías se perdieron la oportunidad de pelear por sus convencimientos. Así podría seguir con ejemplos.
Es innegable; a los argentinos no nos gusta el DEBATE significativo, trascendental, sostenido en fundamentos sólidos; salvo los que sean originados en cuestiones deportivas, en el mundo del espectáculo y otros del mismo calibre. La autoridad moral del cardenal Bergoglio me exime de mayores argumentaciones.
Sentí que la aseveración del cardenal ratificaba la sensación personal de que en nuestra sociedad, en nuestras instituciones, se le tiene mucho miedo a la controversia, a las diferencias, se le teme a perder, a que exista una posición a la que se la tenga que aceptar como valedera.
Según una de las acepciones del diccionario de la Real Academia Española se define a debate como; contienda, lucha, combate; agregaría, con atrevimiento, que cualquiera de las acciones descriptas se deberían llevar adelante desde las convicciones de las partes para lograr, desde la porfía, prosperar, progresar, construir.
Estoy convencido que la capacidad de refutar, rebatir; más allá de entorpecer o “molestar”; enriquece a los circunstanciales contendientes. Pensemos por un momento que si se evade el debate se está cultivando el autoritarismo, el absolutismo, regimenes cuyas nefastas consecuencias ya comprobamos.
Hay una tendencia a construir estructuras dirigenciales con mayorías absolutas evitando de esta forma cualquier tipo de debate. Empecemos en forma descendente; en el Congreso Nacional y Provincial es imposible presenciar, salvo honrosas excepciones, un debate serio y constructivo; los Concejos Deliberantes de todas las Municipalidades se integran, fundados en la doctrina de la ¿gobernabilidad?, por mayorías dominantes que difícilmente admitan posiciones adversas.
En otros estamentos sociales; club, escuela, etc.; difícilmente se encuentre un estatuto que prevea la participación de las minorías que contribuyan por medio de la discusión a mejorar cualquier proyecto. Ya me imagino a varios saltándome diciendo que en la mayoría de las instituciones es imposible constituir los órganos directivos por la falta de interesados, es cierto, pero eso no impugna la posibilidad de prever minorías, hubo casos de instituciones con luchas electorales donde las minorías se perdieron la oportunidad de pelear por sus convencimientos. Así podría seguir con ejemplos.
Es innegable; a los argentinos no nos gusta el DEBATE significativo, trascendental, sostenido en fundamentos sólidos; salvo los que sean originados en cuestiones deportivas, en el mundo del espectáculo y otros del mismo calibre. La autoridad moral del cardenal Bergoglio me exime de mayores argumentaciones.
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