Hace treinta años me enamoré de un proyecto político que proponía, entre otras cosas, la igualdad de oportunidades, que se debía terminar con los privilegios, luchar contra la corrupción y limitar el gasto público si queríamos vivir en una verdadera república que priorizará a los más necesitados. A pesar de la profunda decepción sufrida sigo convencido que todos los males de la Argentina empiezan en el gasto público, sin un criterio sano para fijar las prioridades, tan así es mi convencimiento que cuando me tocó actuar como concejal mis análisis siempre comenzaban por definir la necesidad del gasto que íbamos a autorizar. Todos los gobiernos argentinos resultan insaciables para gastar sin distinguir entre inversiones o gasto corriente (sueldos, servicios, bienes consumo) sin siquiera comprender que la estrategia de cómo se debe gastar es idéntica a la de una casa de familia donde es recomendable gastar menos de lo que entra, salvo que esté dispuesto a que lo ejecuten judic...